Debí de morir ayer
y no era por vez primera.
Anduve sin caminar
por mi camino,
merodeando los suburbios
más cansados de la vida.
Bajé todos los peldaños
y me olvidé de subirlos.
Me detuve en campos secos
y mi boca supo a tierra.
Conocí el viento contrario
y en los ojos me hizo daño.
De morir ayer debí
porque hoy otra vez renazco
como brote primero de este árbol
que ya va siendo viejo,
y, mientras las hojas caen,
como un aroma sencillo
de primavera.
Ayer debí de morir
por debajo de los años,
debajo de ilusiones rotas,
debajo de los fracasos,
al lado del desamor
y encima de los retales
del vestido de los sueños
que se rompe al ver el aire,
debajo de sinsabores,
de sin verdad,
de sin tiempo,
cerca de muchos finales
y lejos de la ilusión,
de la amistad y la paz.
Debí de morir ayer
porque no había remedio.