No inventes todavía
la luz de la mañana,
no digas de corrido
el otro abecedario,
el que se saben todos
los que no son nosotros.
Entrégate a mis manos
e invéntame tu piel
para olvidar aún
que al final será el fracaso,
que siempre habrá resquicio
por que penetre el mundo
e irrumpa en nuestro tiempo,
y nos calle el silencio
que sabemos decir juntos,
y nos rompa las sombras
que tú y yo acostumbramos,
e imponga las palabras
que supimos olvidar.
No inventes todavía
el tiempo
que no sea imprescindible,
no digas la verdad.